jueves, 16 de junio de 2011

El día que se jodió la Argentina | Tiempo Argentino

El día que se jodió la Argentina | Tiempo Argentino

Cualquiera que intente buscar los orígenes de la violencia política del siglo XX en la Argentina deberá remitirse sin duda al criminal bombardeo del 16 de junio, desatado por 34 aviones de la Marina, que descargaron 14 toneladas de explosivos sobre una ciudad indefensa. 

Aquel frío y plomizo jueves de hace 56 años, entre las 12:40 y las 17:45, en tres oleadas, aviones de la Armada bombardearon y ametrallaron a civiles en los alrededores de la Plaza de Mayo, la Casa de Gobierno, la CGT, la Policía Federal y la residencia presidencial, que por entonces era el palacio Alzaga Unzué. Los pilotos de la Marina mataron a más de 300 personas, en una acción criminal impune que tiene las características de un delito de lesa humanidad. Una cantidad similar de españoles fue masacrada en Guernica por aviones alemanes, pero en Buenos Aires, victimarios y víctimas eran argentinos. Los mártires vascos del nazismo fueron inmortalizados en la genial obra de Pablo Picasso, pero las víctimas de Plaza de Mayo no tuvieron ni justicia.  Algunos de los ametrallados eran simplemente civiles que se encontraban en la zona céntrica y otros militantes peronistas que clamaron en vano por armas y sólo contaron con pistolas, con las cuales dispararon a los aviones, palos y cuchillos. 

Restos humanos quedaron esparcidos aquella tarde trágica en el corazón de la República.       Los conspiradores intentaban matar al presidente constitucional o, al menos, quebrar su voluntad política, para asaltar luego el poder y desbaratar el proceso de reformas inaugurado por Juan Domingo Perón en 1943, que había llevado a la clase trabajadora a percibir más del 50% del ingreso nacional. A la reacción antiperonista de los sectores conservadores más tradicionales, se había sumado decididamente la Iglesia Católica, que excomulgó a Perón luego de que el gobierno impulsara la ley de divorcio, suprimiera la enseñanza religiosa, dispusiera el cobro de impuestos a los templos y promoviera una Convención Constituyente para separar a la Iglesia Católica del Estado. La comunión de los conspiradores de la Marina ultracatólica y antiperonista con la Iglesia no era un secreto para nadie, ya que los aviones rebeldes llevaban pintadas en sus alas una cruz dentro de una “v” corta, símbolo de “Cristo Vence”. Pero tampoco era un misterio que connotados radicales y socialistas apoyaban la intentona, contra un gobierno constitucional, con el argumento de “derrocar al tirano” y alcanzar “la libertad”. Por la tarde, tropas de la Marina ocuparon Radio Mitre y leyeron una proclama: “El tirano ha muerto”, dijeron. “La hora de la recuperación de la libertad y los derechos humanos ha llegado.” Pero ninguna de las dos cosas era cierta: Perón estaba protegido en el sótano del comando en jefe del Ejército –de donde se dirigió la acción de los militares leales– y más que una jornada simbólica para los Derechos Humanos, se estaba inaugurando ese día, una tragedia que signaría la vida política nacional durante tres décadas. El ataque aéreo no contó con el necesario avance terrestre que realizarían comandos civiles e infantes de Marina y los pilotos aterrizaron en Montevideo, donde solicitaron asilo. No pudieron matar a Perón, pero hirieron gravemente su voluntad política. En lugar de promover una purga de las cúpulas reaccionarias, Perón dijo que sus enemigos merecían “respeto” y “perdón”.  Tres meses después sería derrocado sin resistencia y comenzaría el desguace de las conquistas sociales peronistas.

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